lunes, 4 de junio de 2012

Ayer, hoy y siempre

Estoy en el colegio Japonés Paraguayo desde el pre-escolar.
 Mi primer compañero del que tengo memoria es Chamuel, rojo, gracioso y amigable. Al principio, a simple vista creí que era niña, pero luego me acostumbre a su aspecto.
En pre-escolar iniciamos el año con “Fumie sensei” que fue una de las profesoras que marcó mi vida por su forma de ser tan amable y comprensiva, pero a la vez estricta.
 Vivimos el 90% de nuestras vidas en el colegio, porque salimos a las 4:00. Ese es el punto negativo, pero solo así pudimos hacer tan buenos amigos y tener unos recuerdos inolvidables en nuestros corazones.
            Si tuviera que pensar en los mejores momentos que pase en el colegio, al instante, fluyen las palabras de la vieja directora, que tanta paciencia nos tenía…
Siempre fuimos un grupo pequeño… En el aula del tercer grado, se completó el grupo perfecto, donde estábamos, entre otros, Melissa, Sofía, Chamuel y yo. Siempre juntos…
Empezamos a hacer travesuras, las autodenominamos “lêvêês”
Aquí irán algunas de las mejores…
A Sofía la denominábamos “SOFOA”, “SONCHA”, pero principalmente “ESCLAVA`I CHUPE”. Ella obedecía absolutamente todas nuestras órdenes. También surgió el significado del amor… Cuando Chamuel estaba solo y alejado todo el tiempo, nosotras queríamos jugar con el pero él no accedía. Solo se sentaba en la soledad del patio a contar margaritas. Luego comprendimos que estaba enamorado de Sofía. Siempre vimos la vida como algo alegre, jugábamos inocentemente sin hacer daño a casi nadie.
Nuestras travesuras más comunes eran estropear los baños, inundarlos, destrozarlos, atascar los inodoros, introducir objetos extraños, entre otros.
            En el colegio había una heladera, donde todos conservaban sus meriendas. Nosotros, como siempre, vimos la oportunidad perfecta para una lêvê. Encontramos suero (asqueroso, de textura parda y sabor repugnante) tomábamos los jugos de los más pequeños y los reemplazábamos por el suero. Lo más divertido era ver los rostros de las víctimas.
Una vez intentamos incendiar el colegio en la cocina y quemar vivo a Chamuel. Yo prepare el extintor, por cualquier cosa. Cuando estaba cortando el seguro, llegó una profesora salvaje, mi primera idea fue arrojar la tijera en el pasto, pero era tarde, ella lo vio. Mi única excusa lógica fue: Ayudaba a “Don Heriberto” a cortar el pasto.
Muchos castigos, muchos regaños, muchas risas.
En 7mo grado todo cambió. Llegaron las malas influencias, ya no entrabamos a clases, los castigos aumentaban, el mal comportamiento era cada vez mayor. Pero a pesar de todo, esas travesuras y recuerdos son eternos. Lo único que quisiera borrar de esa etapa es el daño que les hice a muchas personas, tanto compañeros como profesores ofendiéndoles de malas maneras.
 En 8vo grado el concepto del colegio cambió para mí. Llegó el profesor José María, quién nos “rescató”, nos enseñó que la amistad entre jóvenes y mayores si es posible, nos enseñó a sentir compasión por los pobres, a perdonar, a respetar, a agradecer. Ahí fue cuando decidí lo que quería realmente en la vida… Escribir, para así, ayudar con mis textos a personas que necesiten consuelo.
En primer curso, mis ideas fueron más claras, y me decidí a tomar el periodismo como carrera en el futuro, no deje de desear escribir, sino que el periodismo sería como una base para culturizarme y ejercer una profesión.
 Sin duda, al salir de esta institución tendremos los mejores recuerdos que puedan existir, y llevaremos con nosotros amigos confiables con los que podremos contar eternamente.
 En cuanto al colegio, agradezco la manera de educarnos, sus exigencias pudieron molestarnos en algún tiempo, pero aprendí a aceptarlas y hasta a quererlas, porque es lo mejor para nosotros. Es notable la diferencia entre jóvenes de otras instituciones y entre nosotros, que crecimos juntos, unidos, con una educación muy correcta, estricta, pero a la vez sensible. Otros optan por la violencia, los noviazgos en el colegio, la vida relajada y la poca educación. Debemos estar orgullosos de la inversión de nuestros padres en este buen colegio, donde los docentes son más que educadores, sino consejeros, maestros y amigos.
            Gracias a la manera en la que nos supieron encaminar, podremos tener bases seguras en el futuro, y tener la seguridad de que al invertir en un buen colegio para nuestros hijos, invertiremos en un buen futuro para la sociedad, y si miramos más ampliamente: para el Paraguay.

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